Tuesday, December 12, 2006

Historia de Parrita, Costa Rica



Los condenados
–Ah cara de barro, no tenés verguenza hijueputa –le dijo Ruflo a Mitonés.
–¡Diay puerco!, de qué, no me jodás la vida, qué te crés tan campante, ah, sabroso infeliz, ya desiara yo...–le dijo Mitonés como buscando pleito.
–¡Nombre!, dejate de varas, dejá de joder a la carajilla güevón, no ves que es una chamaquilla apenas, buscón.
–No no, ¡qué va Ruflo!, ésa no, no te engañés tan fácil tontón, no ves, ésa es maluca, mosquita muerta, no la ves, ya cayó, jijijijí –le dijo Mitonés a Ruflo en son de burla, seguramente para hacerle comprender que la niña no era tan santita como él creía.
–Ah playito, no me jodás más porque si no me vas a encontrar, ¡más respeto! –le gruñó Ruflo que se empezaba a poner un poco violento.
–Ah, que acaso es tuya la renombrada, ¡uy uy! –atinó a decir Mitonés encajándole al rostro de Ruflo unas bocanadas de humo, en circulitos bien perfectos.
–Parala Ok, yo sé lo que te’igo, no me juegués de vivo, tranquilo compa, y mejor jalá de aquí Ok, no seás güeiso, o dejá de joder a Marielita, no te conviene, no te conviene –le replicó Ruflo a Mitonés imponiendo así un ultimatum.
–Ahora te vas a poner los guantes ah condenao–expresó Mitonés.
–Si vos querés me los pongo y creo que no te conviene hijueputa.
–Tranquilo tranquilo, estoy vacilando condenao, tranquilo, pero creeme, pelá el ojo ah, esa Marielita está güena y va a ser malvada, yo sé lo que te’igo.
–Mejor callate porque sino te rompo el hocico –le rezongó con tanta furia Ruflo que el tal Mitonés espantó pa’lante.
–Güeno Ruflo, no es pa tanto, estamos ah.
–Cuidadío ah, vaya pa otro lao mejor, o tómese otro fresco y calladito, cierre ese hociquito que pa hablar no sirve –le dijo Ruflo.
Mitonés se fue caminando muy despacio, iba hacia la barra para tomarse otra cerveza. No dejaba de ver a Marielita que estaba limpiando una de las mesas del fondo. La cantina no era muy grande y con ese calor del trópico costanero era aún más caliente. El sudor bajaba por sus pechos pequeñitos aún en proceso de crecimiento, o como se dice en los bajos mundos: emplumamiento, aunque era notable su próspero desarrollo. A Ruflo, su padrastro, no le gustaba que nadie se aprovechara de ella, pero era inevitable que la miraran o que fueran al barcito: ¡sólo pa verla crecer!
Mitonés era un tipo altanero, pero como se dice: perro que ladra no muerde. Una labia muy buena y según él, fantasmal para los negocios. Hacía unas semanas que había vendido unos terrenos que le dejara su padre, tierras que él no sabía que existían. Tenía días de andar gastando la plata que le habían pagado por las propiedades que vendiera, a muy bajo precio, frente al mar en la costa azul de Costa Rica. Era moreno, no muy alto, con bigote y con el rostro algo demacrado por el acné que seguramente tuviera cuando joven. Aborrecía el trabajo como nadie lo hiciera, se dedicaba esporádicamente a la venta de marihuana a los muchachillos del pueblucho. Conocía a uno que a otro turista por sus negocios con la mota. A pesar de ello, se podría decir que Mitonés era un hombre manso y apacible, violento sólo al hablar pero nunca al actuar. Pero eso de reojo, porque algo sí tenía Mitonés: una desesperación por las chiquitas del pueblo. Ya llevaba días de pensar sólo en Marielita, qué como hacía para hacerla mujer, meditaba el condenado.
La cantina Esperanza, localizada en la localidad de Parrita, era un antro no muy bien visto por los vecinos del pueblo transitorio, dominado en la mayoría por nieticos del abuelo exportador de banano en años anteriores y sobrinillos de las grandes plantaciones de Palma Africana. Un bar normal y corriente que solía ser visitado por borrachillos del pueblito costanero. Esquinero y con muy buena posición geográfica, ya que las calles principales del poblado pasaban por sus dos esquinas, una, cual se dirige al parque central que está llenito de tecos (eso si no los han talado todavía), en donde se puede comprar fácilmente coca o un purillo de mecha, y la otra, frente a la Costanera, autopista principal que comunica a los centros urbanos de Quepos y Jacó, además de ser la carretera que llega a la frontera con Panamá. La Esperanza, mal nombre para un lugarcito tan poco apto para una chiquita tan linda y bonita como Marielita.
Naciera Marielita hace unos quince años, su mamaíta, una protituta del barrio que dejara el oficio por su edad, consiguió casarse con el renombrado Ruflo, amigo eterno del prostíbulo donde había conocido a Miena. Miena era guapa, muy linda y sensual, tanto que logró enamorar al babosín de Ruflillo y engatusarle a su hijita. Todo el mundo sabía que Marielita no tenía papá, pero todos sabían que Ruflo la cuidaba mucho. Y no sólo eso, puedo decir, sin reprobar las habladurías, que van desde Playa Palma hasta Palo Seco, las playas más bonitas que hay en Parrita y en donde hay tan poca gente, pero la que hay es tan chismosa, que el tal Ruflo la quería a montones. La pobre quedó huérfana de mamaíta siendo una escuincle inservible. Nadie daba un cinco por ese trapo viejo, –¡No sacó nada de su mama ah!– solían decir las malas lenguas del pueblo. Claro, –con las piernotas y las tetitas tan ricas que se tenía doña Miena, la pobre de su hijita no ha sacao ni’pal aguante–. Pero se iban a comer la lengua cuando Marielita empezó a emplumar. –Ay Dius, ¡ésta sí que’stá güena! –empezaron a mascullar los alborotados.

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