Wednesday, December 20, 2006

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Tuesday, December 12, 2006

Historia de Parrita, Costa Rica



Los condenados
–Ah cara de barro, no tenés verguenza hijueputa –le dijo Ruflo a Mitonés.
–¡Diay puerco!, de qué, no me jodás la vida, qué te crés tan campante, ah, sabroso infeliz, ya desiara yo...–le dijo Mitonés como buscando pleito.
–¡Nombre!, dejate de varas, dejá de joder a la carajilla güevón, no ves que es una chamaquilla apenas, buscón.
–No no, ¡qué va Ruflo!, ésa no, no te engañés tan fácil tontón, no ves, ésa es maluca, mosquita muerta, no la ves, ya cayó, jijijijí –le dijo Mitonés a Ruflo en son de burla, seguramente para hacerle comprender que la niña no era tan santita como él creía.
–Ah playito, no me jodás más porque si no me vas a encontrar, ¡más respeto! –le gruñó Ruflo que se empezaba a poner un poco violento.
–Ah, que acaso es tuya la renombrada, ¡uy uy! –atinó a decir Mitonés encajándole al rostro de Ruflo unas bocanadas de humo, en circulitos bien perfectos.
–Parala Ok, yo sé lo que te’igo, no me juegués de vivo, tranquilo compa, y mejor jalá de aquí Ok, no seás güeiso, o dejá de joder a Marielita, no te conviene, no te conviene –le replicó Ruflo a Mitonés imponiendo así un ultimatum.
–Ahora te vas a poner los guantes ah condenao–expresó Mitonés.
–Si vos querés me los pongo y creo que no te conviene hijueputa.
–Tranquilo tranquilo, estoy vacilando condenao, tranquilo, pero creeme, pelá el ojo ah, esa Marielita está güena y va a ser malvada, yo sé lo que te’igo.
–Mejor callate porque sino te rompo el hocico –le rezongó con tanta furia Ruflo que el tal Mitonés espantó pa’lante.
–Güeno Ruflo, no es pa tanto, estamos ah.
–Cuidadío ah, vaya pa otro lao mejor, o tómese otro fresco y calladito, cierre ese hociquito que pa hablar no sirve –le dijo Ruflo.
Mitonés se fue caminando muy despacio, iba hacia la barra para tomarse otra cerveza. No dejaba de ver a Marielita que estaba limpiando una de las mesas del fondo. La cantina no era muy grande y con ese calor del trópico costanero era aún más caliente. El sudor bajaba por sus pechos pequeñitos aún en proceso de crecimiento, o como se dice en los bajos mundos: emplumamiento, aunque era notable su próspero desarrollo. A Ruflo, su padrastro, no le gustaba que nadie se aprovechara de ella, pero era inevitable que la miraran o que fueran al barcito: ¡sólo pa verla crecer!
Mitonés era un tipo altanero, pero como se dice: perro que ladra no muerde. Una labia muy buena y según él, fantasmal para los negocios. Hacía unas semanas que había vendido unos terrenos que le dejara su padre, tierras que él no sabía que existían. Tenía días de andar gastando la plata que le habían pagado por las propiedades que vendiera, a muy bajo precio, frente al mar en la costa azul de Costa Rica. Era moreno, no muy alto, con bigote y con el rostro algo demacrado por el acné que seguramente tuviera cuando joven. Aborrecía el trabajo como nadie lo hiciera, se dedicaba esporádicamente a la venta de marihuana a los muchachillos del pueblucho. Conocía a uno que a otro turista por sus negocios con la mota. A pesar de ello, se podría decir que Mitonés era un hombre manso y apacible, violento sólo al hablar pero nunca al actuar. Pero eso de reojo, porque algo sí tenía Mitonés: una desesperación por las chiquitas del pueblo. Ya llevaba días de pensar sólo en Marielita, qué como hacía para hacerla mujer, meditaba el condenado.
La cantina Esperanza, localizada en la localidad de Parrita, era un antro no muy bien visto por los vecinos del pueblo transitorio, dominado en la mayoría por nieticos del abuelo exportador de banano en años anteriores y sobrinillos de las grandes plantaciones de Palma Africana. Un bar normal y corriente que solía ser visitado por borrachillos del pueblito costanero. Esquinero y con muy buena posición geográfica, ya que las calles principales del poblado pasaban por sus dos esquinas, una, cual se dirige al parque central que está llenito de tecos (eso si no los han talado todavía), en donde se puede comprar fácilmente coca o un purillo de mecha, y la otra, frente a la Costanera, autopista principal que comunica a los centros urbanos de Quepos y Jacó, además de ser la carretera que llega a la frontera con Panamá. La Esperanza, mal nombre para un lugarcito tan poco apto para una chiquita tan linda y bonita como Marielita.
Naciera Marielita hace unos quince años, su mamaíta, una protituta del barrio que dejara el oficio por su edad, consiguió casarse con el renombrado Ruflo, amigo eterno del prostíbulo donde había conocido a Miena. Miena era guapa, muy linda y sensual, tanto que logró enamorar al babosín de Ruflillo y engatusarle a su hijita. Todo el mundo sabía que Marielita no tenía papá, pero todos sabían que Ruflo la cuidaba mucho. Y no sólo eso, puedo decir, sin reprobar las habladurías, que van desde Playa Palma hasta Palo Seco, las playas más bonitas que hay en Parrita y en donde hay tan poca gente, pero la que hay es tan chismosa, que el tal Ruflo la quería a montones. La pobre quedó huérfana de mamaíta siendo una escuincle inservible. Nadie daba un cinco por ese trapo viejo, –¡No sacó nada de su mama ah!– solían decir las malas lenguas del pueblo. Claro, –con las piernotas y las tetitas tan ricas que se tenía doña Miena, la pobre de su hijita no ha sacao ni’pal aguante–. Pero se iban a comer la lengua cuando Marielita empezó a emplumar. –Ay Dius, ¡ésta sí que’stá güena! –empezaron a mascullar los alborotados.

Lo que puede ser y lo que no...


Paulo GR.
La muchacha añorada
Era una mujer hermosa, sus ojos me llamaban tanto la atención, que yo en mi inquietud, no pude evitar sonreírle y verla cada vez que me dirigía a la pulpería en que ella se encontraba. Sus manos tocaban mi mano cuando yo, despistado o haciéndome el maje, le pagaba las mercancías que eran objeto de mis visitas misteriosas y románticas. –¿Qué te puedo decir?– amada mía, me preguntaba por dentro, tratando de contarle algo divino que pudiera llamarle la atención, algo cómico tal vez, era lo que necesitaba, pero yo no soy cómico, sí un poco alegre, nunca un payaso de bufete que se sienta a conseguir clientes con dientes bien limpios (algunos, no todos) y un saquito a la talla reflejando en mí: ¿Qué fue lo que le pasó, sí, a usted caramba? Pero ese no es el punto, sino afirmar que me enamoré locamente de una muchacha aparentemente cenicienta de mis zapatos. Katalina, la que todo lo mira, al menos así la recuerdo en mi corazón y en mi memoria. Dos luchas se establecen entre estas dos paralelas, por una parte la razón lleva lo cierto y lo incierto, por otro lado está el corazón, donde lo cierto o lo incierto no importa, sólo el sentimiento. Hay quien dice que la matemática no es una ciencia sino una rama de la filosofía. Bueno, a quién le importa, ¡total!; algo exquisita y muy sensual, sí mi amor, qué mujer por Dios, no, no la matemática sino Katita, sólo verla y mi carne se ponía friíta, mi máquina se aceleraba y yo me la imaginaba mía, en la camita, acurrucada y subordinada, qué rico, apenas pa agarrarla por detrás y hacerla sentir incierta, como mi mente muchas veces. Su caminar y esos ojazos que me iluminaban, su culito moviéndose de un ladito pa’otro, durito y riquísimo, perfecto y sabroso, ¡qué perra!, me ponía como tonto, y esas piernotas que me decían: –vos, sentí, tocá, gozá mi amorsote–. Pero la muchacha añorada es otra, es la que me sigue en los sueños y que no puedo contemplar en ningún lugar. La otra, la que mencioné anteriormente, es, por mucho que suene chistoso, mi sueño más cercano en estos días, días de sol y trabajo desmesurado, que no me permiten continuar con la labor que más amo, gozar chiquitas como ésa, como mi mujer añorada, exasperadamente añoradas. ¡Ay Dios!, es que, cómo es posible que haya tantas así y no poder tenerlas a todas, ¡qué crimen no!, ver y no tocar, sólo soñar ah. Aún pensando que la vivacidad es la que me falta para decirle a ella, que se encuentra recibiendo mi dinero, te quiero, y te quiero junto a mí. Pero qué babosidad, lo que deseo mi amor es culearte toda, que si qué, fornicarte, abrirte las piernitas y penetrarte mi amor, ¡pa que sepás ah!
Cambiando de tema, al menos por un momento, estaba sentado en una mesa bien limpia (sin boronas por lo menos), esperando el café que la muchacha del local, no la que yo creía añorada (otra muy buena), me lo trajera, y reflexionando con cosas de la vida, interesantes y otras asquerosas, vulgares, sexuales y eróticas, y pensaba: cómo sería aplastar al mejor de los bueyes y decirle que las miradas sólo se hacen para objetar las traiciones contraproducentes de los que escuchan y no saben qué es lo que deben decir, pero deciden hablar por hablar, trayendo consigo lo menos animal que puede ser un ser humano, convertirse en buey. ¡Al carajo!, qué pregunticas me hago, lo que quiero es pensar en mi hembrita, cómo será agarrarla toda, en la ducha por ejemplo, ay sí, desnuda e indefensa, húmeda por dentro y por fuera, toda puta. Y mirá, qué rica está la meserita ah, –venga mi’amorr–, macullaba. Pues sí, yo, en mi lucha interior tenía una guerra sin descanso, mas cuando pienso tanto, y no lo digo por ser un buen pensador, ojalá pudiera contar con ese grato regalo del desarrollo, o del subdesarrollo mejor dicho, me desfiguro en teorías que se me dificultan y llego a una sola y única pregunta: ¿Qué hago solo en una mesita limpia y sin invitados, pensando en el buey sin la yegua y esperando el café que ha tardado más de la cuenta? Para perderse no, mejor pensar en mujeres que en filosofía, qué diga, mejor estar con mujeres y hacerlas mías. Y no lo trazo con un matiz machista, libre estoy de ello, sino con el objetivo primordial de plantearme la pregunta y decir ¿Qué es de la mujer añorada y de mis sueños de amor, de deseo y fulgor? Ella me deja sin aliento y sin espacio, me fundamenta con el espejismo de su existencia y su sensualidad, pero no sé quién es, vaya a saber yo, quién será. Aún no la conozco y mi corazón late como late el verde azul del mar entre las ciénagas del vapor de aire, me enjuago de su amistad para conjugar el manifiesto de su providencia, ¡qué bella es!, así me la imagino, tan hermosa e indescriptible, como mil maravillas hechas de rosas en la playa nórdica de Noruega: me encantan las escandinavas, ay Dios, ¡qué bellezas!, y las suecas ¡ssssssss!, ¡qué ricas ah!; gladiolas sumergidas entre los cabellos castaños de una doncella celestial, así la logro ver, disfrutando de proveerlos con firmeza y encanto, guarias moradas perfumadas de jazmín, a la caña bien firme del laurel y los cedros, erecto como suelo estar ahora, añorada entre los versos del poeta y su cisne, pupila del silencio, muchacha de los sueños, eres cuento por lo incierto de tu certeza. Y así me encontré entre las fantasías del soñador perverso, que no niego ser ni me avergüenzo tampoco de serlo, testigo ha sido y fue en este caso el viento de abril que se mecía violento en el jardín donde se encontraba la flor de mi canto y las palabras que decía ese sol para refutar mi pena y afirmarse como un nuevo testigo de mi locura.
Una voz se acercó a mi oído y con pregunta me cuestionó la mirada.
–¡Cómo! –me decía la chiquilla que se acercaba a mi mesa.
Yo consternado no supe qué decirle, aunque un poco molesto me encontraba, me habían despertado fugazmente de mi sueño, pero bueno, ¿qué se va hacer?, ya había pasado más tiempo de lo necesario, volvía a pensar otra vez en mi café, y por fin me di cuenta de que ella no era como muy agarciada por la vida, mendingando se encontraba, así lo creí al instante. Parecía huérfana del mundo y de la humanidad, pobreza que la violaba por lo que tuvo que ser.
–Tomá –le dije, ya después de mi pausa, una moneda de cien colones para que te comprés un confite o algo así, cualquier cosilla.
Ella no la aceptó y me pidió que le comprara un lápiz que llevaba en la mano, yo lo tomé y lo analicé tendiéndole mucha atención, para que así la niña supiera de mi afecto por el objeto, me sentía mal por haberle ofrecido dinero antes. Al fin acepté y ella sonrió para decirme al oído:
–No era eso lo que añorabas.
Se fue corriendo y nunca más la pude volver a encontrar. Jamás poder distinguirla en su carrera, parecía un cachiflín. Al buen rato de lo ocurrido, no dejé de pensar en la mocosa, qué criatura más noble y simpática, qué mundo más cruel en el que le ha tocado vivir, qué futuro tendrá si el viento sigue trocando a su contra. Su añoranza es la de todos, y la mía no llega muy lejos, creo que mis sueños son distintos a los de ella, pero en algo estoy seguro, es de que los sueños pueden a veces quitarnos las pesadillas, y si la vida no la convertimos en sueño, qué terrible existencia podemos encontrar para el siguiente día, para el futuro.
Y de tanto en tanto, me he dirigido a la tienda para decirle a la mujer hermosa cuán hermosa y sabrosa está, tal vez acepte mi proposición, llevarla a mi casa y hacerla gritar como loca, ay sí, como una zorra deliciosa, tal vez me reprenda y no quiera nada de mí, tal vez, tal vez, pero vale la pena intentarlo, vale la pena creer, soñar.